Mientras conducía por el polvoriento camino, noté una figura grande acostada junto al costado de la carretera. A medida que me acercaba, me di cuenta de que era un perro gigante, jadeando con dificultad y apenas moviéndose. Su pelaje estaba enmarañado y su lengua colgaba de su boca, seca y reseca por el ardiente sol.
Me detuve al costado de la carretera y me acerqué lentamente al perro. A medida que me acercaba, levantó la cabeza y emitió un lastimoso gemido. En ese momento, supe que tenía que hacer algo para ayudarlo. Tenía una cuerda gigante alrededor de su cuello; tal vez acababa de escapar de una situación complicada. Ahora estaba agotado.
Logré persuadir al perro para que subiera a mi coche, pero estaba demasiado débil para subir por sí mismo. Tuve que usar todas mis fuerzas para levantarlo y colocarlo en el asiento trasero. Una vez que estuvo cómodo, encendí el aire acondicionado y le di un poco de agua para beber.
Mientras conducía, podía escuchar al perro gimoteando suavemente en el asiento trasero. Su respiración era superficial y débil, y sabía que no sobreviviría mucho más tiempo sin ayuda. Al llegar al refugio, notaron que el perro estaba en mal estado y lo llevaron rápidamente al interior para comenzar a tratarlo.
Durante los siguientes días, el perro, a quien había llamado Compact, comenzó lentamente a recuperarse. El personal del refugio tuvo que trabajar arduamente para rehidratarlo y ponerlo nuevamente en pie, pero nunca perdieron la esperanza. A medida que Compact recuperaba fuerzas, rápidamente se convirtió en el favorito del personal del refugio. Podía ser un perro gigante, pero tenía un corazón aún más grande. Era gentil y amable, y no amaba nada más que acurrucarse con sus rescatadores.